Cuando el 27 de diciembre de 1831 Charles Darwin se embarca en el HMS Beagle, el naturalista en ciernes todavía no ha cumplido 23 años ni tiene la menor idea de lo que le espera durante ese largo periplo de cinco años por los mares del globo. Entre descubrimientos humanos y pistas científicas, Darwin aprende, se desilusiona, se conmueve, se escandaliza y maravilla. Acumula notas e ideas que lo llevan a transformar radicalmente la visión de la Humanidad sobre su propia historia, sobre todo al defender la idea de una línea del tiempo mucho más larga de lo que se pensaba.

Fue a su regreso, y a lo largo de toda su vida, cuando emprendió la redacción de su famosa teoría sobre la evolución de las especies, que revolucionó definitivamente la ciencia de su tiempo, perdurando hasta nuestros días.

Esa exploración, larga, peligrosa y a menudo penosa, fue un viaje que, al cambiar a un hombre, cambió el curso de la ciencia.